jueves, 27 de agosto de 2009



Una buena película que refleja el sistema de clases en los años 30, aunque realmente su narración es atemporal, y es perfectamente aplicable a la época que vivimos en la actualidad.

Una humilde secretaria y su acaudalado jefe se enamoran, en una relación que no les resultará nada factible. La familia de ella, un clan sin complejos que viven la vida sin falsas apariencias y como les parece, sin reparar en el criterio de los demás. La de él, una aburguesada familia plagada de prejuicios cuando una noche, por error, van a conocer a la familia de su nuera. La velada resultará un tanto accidentada para unos padres acostumbrados a una vida holgada y repleta de todo tipo de comodidades.

Un acertado film que apuesta por una crítica a la sociedad de clases, por un lado la clase proletaria, generadora de la riqueza, por otro lado la clase capitalista, la que goza y disfruta del bienestar generado por aquéllos.

Tras 71 años, poco o nada se ha aprendido de la provechosa lección que pretende dar esta película, pues las diferencias económicas interterritoriales son cada vez más considerables y dispares. Y conforme pasan los años, las desigualdades se hacen más desmesuradas.

El agraciado pero utópico final pone la guinda a un sinfín de disertaciones acerca del comportamiento de los individuos, su forma de vida, sus virtudes, sus carencias, en una sociedad repleta de vicios y defectos.

En definitiva, una película para disfrutar y reflexionar que la fortuna no hace la felicidad precisamente, al menos no en todos los casos, y que la posibilidad de disfrutar de lo más cotidiano, en muchas ocasiones lo que más llena el alma, se convierte en algo efímero.

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